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Sentimientos, reflexiones, historias y opiniones del viaje que es la vida.

abril 18, 2004

Esfuércense con diligencia, y sean una luz para ustedes mismos. - Buda 

16.04.04 Jirafa que vive

Tengo estos dos pensamientos en la clínica, para que los pacientes que saben leer, los lean:

“Aprovecha tu enfermedad para cambiar tu manera de vivir, y descubrirás que ella, más allá del síntoma y el dolor, es una oportunidad”
María Prieto

“Contra tu voluntad naciste, contra tu voluntad morirás; queda en tus manos y en tu consciencia, qué haces entre ambos límites”.
El Talmud

Lo de “más conozco al hombre, más quiero a mi perro” al parecer no fue dicho por Diógenes sino por una actriz clásica de Hollywood, no recuerdo quien exactamente. Me encantan los animales. Ojalá mi perro no fuese tan salvaje con los gatos, que me gustaría adoptar uno. Tengo un calendario con animales rescatados por una asociación no lucrativa que cuida animalitos, y hasta ahora nadie me ha dicho nada del mismo. A pocas personas les interesan realmente los animalitos, al parecer. Y no sé cómo pueden quedar inconmovibles ante animalitos tan lindos.

Esta semana han pasado varios acontecimientos que han cambiado mi vida. Por cierto, no sé si además de un par de amigos, alguien más leerá esto. No lo sé. Desde que era niña, en cuanto había un poco de frío, me ponía algo nerviosa o sacaba algo del congelador, mis manos se ponían sucesivamente blancas, azules y luego rojas, acompañado este cambio vasomotor de mucho dolor. Siempre creí que eso le pasaba a todo el mundo cuando había frío. Hasta que un día de enero en la facultad, una doctora me miró las manos y, emocionada, le dijo a mis compañeros; “miren esto, es algo poco común: un fenómeno de Raynaud”. Me explicó que estaba asociado a enfermedades auto inmunes, investigué al respecto y crucé los dedos para que lo mío fuese sólo un fenómeno aislado. Sin embargo, desde los dieciocho años había iniciado con una infección micótica crónica, de la cual consulté hasta varios años después; me dieron tratamiento, mejoré (nunca se me quitó del todo, pero no preocupó más ni le di mucha importancia) y seguí mi vida. Cuando en el cuarto año de la carrera, año que pasé con infecciones una tras otra, muchos dolores de articulaciones y sintiéndome permanentemente cansada, me hicieron análisis debido a que no pude donar sangre ya que mis glóbulos blancos estaban muy bajos (lo normal es tener de 5 a 10 mil millones por mm3, y yo tenía 2.5; esto se denomina leucopenia). Allí inició un calvario de costosos análisis, algunos invasivos y dolorosos, como la médula ósea. Podía ser cualquier cosa: desde leucemia hasta artritis. Al final un equipo conformado por dos hematólogos, un reumatólogo y un infectólogo me diagnosticaron algo bastante inespecífico y poco frecuente: Crioglobulinemia mixta esencial; eso explicaba el fenómeno de Raynaud, los dolores articulares, las infecciones a repetición, la leucopenia. Pero ese diagnóstico no orientaba a nada. Lo que me dijeron básicamente fue: si me disminuía el recuento de glóbulos blancos a menos de dos mil, necesitaría inyectarme inmunoglobulinas; no debía estudiar ninguna especialidad que me expusiera a infecciones; y lo peor fue esto (los detesté tanto por su insensibilidad…): que me evaluara cada seis meses y esperara unos años a ver qué se me desarrollaba, si leucemia, linfoma o alguna enfermedad autoinmune. Para cualquier persona, siento que eso es angustiante. Pero si estás metida en el campo de la salud (la enfermedad, si estás en el hospital), lo es mucho más porque has visto muchos enfermos con esas patologías.

Después de eso ya no quise saber nada del asunto e hice lo que muchos hacemos ante algo que nos angustia: negación. Eventualmente me hacía análisis de sangre y el recuento de blancos ya había mejorado: estaba en 4, o casi 4. Hace dos años detecté algunos ganglios inflamados. Me angustié mucho, pero no consulté. No quería volver a oír palabras ‘alentadoras’ de los especialistas. Sin embargo, hace un mes inicié con masas y los ganglios más dolorosos e inflamadas. Me hicieron algunos análisis y esta semana, la doctora me llamó muy seria, quería hablar conmigo. Me dijo que había que hacer otros estudios, entre ellos, unas biopsias porque los resultados muestran células atípicas y sospecha de neoplasia. Cáncer. Esto ha cambiado mi vida. No hay nada confirmado aún, pero de todas formas ha sido sumamente angustiante tan solo pensar en esa posibilidad.

Ese mismo día me enfrenté a miles de pensamientos y emociones. Por un lado sentía mucho miedo, estaba muy asustada. Por otro, sentía mucha cólera contra Dios: ¿Por qué a mí? Porque pensaba: “Si todo lo que sucede es por la Voluntad de Dios, por el destino o como se le quiera llamar; si desde pequeña yo tenía ya ese problema y ha empeorado por la depresión que sufrí por años –casualmente la leucopenia me la detectaron un año después de la violenta muerte de mi padre-, si la tendencia a ser más feliz o más triste es genéticamente configurada en el cerebro –se ha confirmado en muchos estudios-, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué fui creada para esto? Tengo derecho a una vida feliz, con salud y bienestar, como cualquier otro ser humano de este planeta! ¡No es justo! ¿Y este es un Dios de amor?”, e ideas de ese tipo. Además, claro, no podía dejar de lado la autocompasión: “¡Pobre de mí! ¡Y claro, quién va a querer estar con una persona enferma! ¿Y si se confirma cáncer? ¡Ya nunca podré pensar en formar una familia ni nada! ¡Mejor me debería morir!”, etc, etc, etc. Recordaba a los pacientes con quimio o radioterapia, arañando por ganar unos cuantos años más de vida que sufrían entre efectos secundarios de las terapias y avances de su enfermedad. Y aún en caso de remisión, viven con el alma en un hilo temiendo siempre la reaparición de la enfermedad. También me daba tristeza y cólera contra mí misma, por no haber vivido mejor, por no haber disfrutado la vida y no haber sido feliz. Porque es cierto que la biología condiciona, pero no determina. Y se ha súper comprobado la relación entre depresión y ansiedad con el aumento de incidencia de enfermedades cardiovasculares, neoplásicas y autoinmunes. También se ha confirmado que uno nace con predisposición a ser más o menos feliz. Y todo eso lo sentía, lo vivía como un castigo, como algo que no se podía cambiar y ante lo cual tenía que resignarme, rendirme, dejarme llevar a la muerte como oveja al matadero y además, como excusa muy válida para justificar la tristeza, la negatividad y la cólera constantes.

La perspectiva de morir no me asusta. Lo que me asusta es el proceso previo cuando se padece una enfermedad neoplásica o autoinmune. Muchas veces dije y sentí que lo mejor era morir, que mi vida no tenía solución ya. Esas ideas y sentimientos son comunes en la depresión. Sin embargo, ahora, justamente ahora me doy cuenta de que, a pesar del dolor que he pasado, a pesar de las perspectivas propias y del país y de las frustraciones, vale la pena vivir. Porque al estar viva existe la posibilidad de realizar sueños, luchar, alcanzar metas, ver amanecer, escribir, sonreír, ver reír a mi sobrino, ayudar a alguien que lo necesita, aprender… amar. Así que es un reto. Y lo tomo. En los evangelios apócrifos, Jesús dice que somos lo que pensamos. Buda dice que todo está en la mente. La realidad, lo que llamamos la realidad, inicia con lo que pensamos. Creamos “la realidad” con nuestros pensamientos y nuestras ideas. Si nos dejamos gobernar por las emociones, podemos ir a parar al abismo. Hay que saber manejar las propias emociones y reacciones. Ellas son importantes y no hay que reprimirlas como hice antes, pero tampoco dejar que gobiernen nuestra vida. Buscar el sabio término medio. Todo esto lo he sabido desde hace muchos años, desde que salí del colegio. Siempre he leído y he andado en la búsqueda de algo. No soy una experta ni nada por el estilo, pero he leído un poquito de budismo, taoismo, zen, a Sastre, a Frankl, a Anthony de Mello. Leía pero no comprendía. Antes meditaba y practicaba Tai Chi, pero no entendía o las razones por las que lo hacía no eran las correctas. Yo espero que no sea cáncer esto que tengo. Lo pido a Dios de todo corazón. Pero si lo fuera, pues ni modo. Eso sí: No me sometería a quimio ni radioterapia, si lo fuera. E independientemente de que lo sea o no, ya me ha ayudado bastante: me ha hecho cambiar la forma de ver la vida.

El país en que vivo no ayuda a desarrollar mucho la felicidad en los habitantes, por múltiples circunstancias. Ni mi carga genética ni las circunstancias de mi vida, han contribuido a mi felicidad. Me gusta ayudar a otras personas y eso me da alegría. Pero la forma en que he enfrentado la realidad, mi forma de ver la vida, ha sido incorrecta: me ha llenado de infelicidad. De aquí en adelante, para mí es un reto cambiar mi forma de pensar, mis ideas de la realidad y no hacer tragedia de lo que hay. No puedo cambiar el pasado. Pero aún estoy a tiempo de cambiar muchas cosas. Si es o no cáncer, ya no importa: Todo esto ha sido una gran lección. No voy a hacer de esto una tragedia para generarme ni generar a otras personas lástima, ni una excusa para caer en la depresión. Si lo vemos desde otro punto de vista, es una oportunidad y un regalo. En esta semana he aprendido mucho más que en los últimos diez años de mi vida. Y siento que al fin, de aquí en adelante, he tomado responsabilidad de mi vida, mis pensamientos y acciones. ¿Qué puedo decir? Soy feliz y estoy muy agradecida con Dios, la Vida, el destino o como se le quiera llamar, por lo que tengo y lo que soy. Y la alegría que siento, no es algo exultante ni pasajero, es una mezcla de paz y serenidad. Eso no significa que soy santa, ni pretendo serlo. Hoy en clase, una chica leo me exasperaba con sus preguntas y comentarios de suficiencia que interrumpían la clase constantemente. Me cambiaré de lugar porque no me dejaba escuchar por sus comentarios críticos constantes. Necesita llamar la atención, quién sabe por qué. Cada quien es como es. Con exasperarme no logro nada. Mejor me alejo. Allá ella y vaya con Dios.

Me gusta más el Zen que el budismo inicial. Aunque siento que las Cuatro Nobles Verdades del budismo, son súper importantes para el Zen y para toda persona. ¿Cuáles son?
1. Dukkha: sufrimiento, infelicidad, insatisfacción y carencia
2. Karma: Ley de causa y efecto.
3. Drsta: Sed, deseo, apego, anhelo de poder
4. El Sendero Óctuplo, para eliminar la ilusión.

¿Cuál es la causa? El deseo. ¿Cuál es el efecto? El sufrimiento. Sin ilusión no hay deseo. ¿Cuál es la solución? Eliminar la ilusión. ¿Y para qué todo esto? Para poder entender, comprender. La comprensión tiene dos caras: sabiduría y compasión (love in kindness).

No puedo volverme predicadora de lo que funciona para mí. Cada persona es diferente. Lo que funciona para una, no funciona para otra. Cada persona tiene que encontrar su camino, en su momento. Y hay un tiempo para todo. Cometí el error de contarle a un amigo mío a quien aprecio mucho, lo que me sucedió esta semana. Él es fanático de la medicina china. A mí me gusta, y estoy consciente de sus bondades (sobre todo porque implica Zen y aprender a vivir en equilibrio, esa es su base), pero después de casi dos horas de escuchar un sermón repetitivo diciéndome “piensa diferente, practica Qi Gong”, etc, etc. Me prometí dos cosas: no volver a contarle esta situación a nadie y cambiar, con tal de no oír otro sermón como ese. Yo sé que lo hace porque me quiere, y se lo agradezco, pero si algo me desespera es que me repitan las cosas ochocientas veces. Al menos, fue algo positivo lo que me repitió, y no como otra persona, que a cada momento, ante cualquier comentario, duda o acción mía me decía: “lo que pasa es que tú estás mal”. Y se supone que era alguien que me amaba y quería vivir conmigo el resto de la vida! Pero eso es parte del pasado y quien sabe, quizá a su manera era esa su forma de apoyarme o de hacerme reaccionar. Claro que para mí no funcionó.

Y hablando del budismo, de apego, de ilusión, me di cuenta de algo más en esta semana. Encontré la carta que me envió un amigo (fechada en el 2000), un chico con quien salí por un corto tiempo. Era una carta muy dulce, reiterando su amistad y cariño hacia mí. Yo no le abrí la puerta de mi corazón y de mi alma ni a él ni a otro chico que en diferentes momentos salieron conmigo, porque estaba encerrada en la idea de que mi pareja, mi “príncipe azul” debía ser alguien que entre otras cosas fuese intelectual, culto, que amara la literatura y el arte y supiera bailar. Esa era la llave para entrar en mi corazón y ninguno de estos dos chicos la tenía ni la supo encontrar. Yo sigo en contacto con ellos, les tengo mucho cariño, ambos están casados y han demostrado a lo largo del tiempo, amistad, cariño y comprensión hacia mí… Mucho más de lo que el chico a quien yo creía mi “alma gemela” (y habría apostado mi cabeza jurando que él era esa persona que yo esperaba), demostró. Todas sus palabras bonitas y promesas (hasta la de amistad) quedaron rotas en el aire. Sin embargo, ya no siento nada contra él, creo que lo de esta semana me ha ayudado hasta en eso. Lo he perdonado. Aún siento desconfianza hacia los chicos excepto en plan de amigos. No sé si algún día me volveré a enamorar y a confiar en alguien. Pero ya no siento cólera, ni culpa ni tristeza porque el hombre a quien amé con todo mi ser, que fue mi primer amor, a quien le abrí las puertas de mi corazón porque confíe totalmente en él creyendo que era diferente, se dio la vuelta y se fue. Ahora sí puedo decir que eso murió. Sin embargo estoy consciente de que siempre guardaré cariño por él y hasta estoy agradecida de que esto haya pasado porque si no, no habría aprendido todo lo que he aprendido y estaría cometiendo los mismos errores que hace un año cometía sin darme cuenta.

Ninguno sabemos cuánto tiempo vamos a vivir. Pero hay que aprender a vivir, para vivir bien dentro de nuestras circunstancias. Y no darle poder a las ideas que las personas especialistas, las personas a quienes les damos poder nos dicen; rechacemos cuando nos digan palabras que nos hagan dudar de nosotros mismos y nuestra capacidad de vivir, sanar, salir adelante. Yo creo en el cambio, creo que por muy mal que esté cualquier persona, siempre hay dentro de ella la semilla de salud, de alegría de esperanza para cambiar, empezar de nuevo, creer y aprender. Sólo es de buscarla. Creo que el Reino de los Cielos del que hablaba Jesús, está dentro de nosotros. Mi abuelita decía que Dios da la llaga y da la medicina. Y la medicina está dentro de nosotros. Lo peor que pude hacer fue creer en lo que estos especialistas me dijeron (en lo de que esperara varios años a ver qué lindura se me desarrollaba) y en lo que me dijo una psicóloga con la que fui el año pasado (“tú estás mal, muy mal y tu depresión es algo muy fuerte de lo que vas a salir con mucho esfuerzo”; con que me dijese que sí podía salir era suficiente). Esas dos sentencias me hicieron creer que no era valiosa (entre una persona enferma y una sana, para una relación de pareja, se prefiere a una sana), que estaba desequilibrada mentalmente (y eso me hacía menos valiosa también, y me hacía sentir mal) y lo peor, con esas ideas ya introyectadas, tenía permiso de sentirme miserable cuando quisiera y de portarme mal: total, si estaba tan mal de salud, tan deprimida, cualquier comportamiento era comprensible y permitido. Después de lo que me dijo la psicóloga, fue como si liberara las peores emociones y lo peor de mí; cuando veo hacia atrás la forma en que me comporté posteriormente a ese diagnóstico, me avergüenzo y me parece increíble y patético que yo haya actuado así, como caballo desbocado. Sin embargo, aprendí mucho de esa experiencia.

Con los pacientes he visto el daño que muchos profesionales hacen (o hacemos) con las palabras y la forma en que decimos los diagnósticos. Todo esto me ha ayudado a ser más sensible y comprensiva con los pacientes, pero aún no lo era con el resto de personas. Ayer aprendí algo muy importante. Me reuní con una pareja de amigos a quienes no miraba desde hace mucho tiempo. Ella me prestó un libro del que hablaré más adelante y él me enseñó algo muy valioso. Hablábamos de un amigo en común (el de medicina china) y les conté algo que yo le dije a él por un problema que tiene. Y el amigo con el que hablaba me dijo asustado “¿Y vos le dijiste eso? Me parece que es como muy intrusito!!”. Le dije que si mis amig@s miraban algo mal en mí, yo agradecería que me lo dijeran, para aprender y ser mejor persona porque a veces una no se da cuenta de sus errores o de las cosas que hace o dice, cosas que muchas veces se originan de heridas del pasado (refundidas en el inconsciente) que es necesario examinar para poder curar y así cambiar el comportamiento dañino. Él me dijo que sabía que todos tenemos heridas, pero que él en lo particular, agradece que las personas que lo quieren, no las toquen porque duelen y prefiere no saber de ellas, que prefiere que lo quieran y acepten tal como es. Eso me abrió los ojos.

Siento que a veces he sido muy ruda y entrometida, diciendo cosas que veo, tocando heridas cuando no me lo han pedido. Lamento haber cometido ese error porque creo que he herido a muchas personas. Aunque nunca ha sido con mala intención, igual las he herido y algunas incluso se han alejado de mí muy molestas. Yo, de verdad, no lo comprendía. Hasta ayer. Aprendí que primero hay que preguntar antes de debridar heridas ajenas. No todas las personas están dispuestas a destapar heridas, aprender de ellas y sanarlas, porque es un proceso muy, muy doloroso. Yo lo sé bien porque lo he vivido. Creo que cometí ese error antes, con quien fue mi pareja y eso seguro lo decepcionó o lo asustó, o sentía que yo no lo quería y no lo aceptaba tal como era. Cuando le decía que cambiara, era porque miraba sus heridas y quería que las sanara, para que estuviese mejor (claro, la salvadora y redentora en acción… “Médico, cúrate a ti mismo”, me decía mi papá; y por algo me lo decía!!), pero él no lo entendió así. No sé bien qué pensó ni lo sabré nunca. Ahora eso ya murió. Pero de todo ese dolor aprendí que cada persona tiene su ritmo y hay que respetar, aún cuando esas heridas no tratadas les hagan comportarse de forma que se dañan a sí mismas o dañan a otras personas. Hay que comprender y respetar. No todas las personas están en capacidad de conocer la realidad de su inconsciente. Si su comportamiento no me agrada o me pasan llevando de encuentro, es mejor alejarme pero no tengo derecho de destapar las heridas de nadie aunque para mí todo sea muy claro y sea más lógico destaparlas, curarlas y dejar que cicatricen. No tengo que dar consejo ni opinión cuando no me lo piden. Ahora lo sé desde el corazón, porque lo sabía intelectualmente, pero sólo vale lo que se siente. No es lo mismo sólo saberlo que saberlo y sentirlo. Además, tengo la ventaja de tener una profesión en la que las personas acuden a mí por consejo: allí sí puedo aplicar un poco eso, al menos en temas de salud física. Ni con los pacientes se pueden tocar siempre las heridas supurantes del alma. Para eso, tendría que ser psicóloga o psiquiatra.

La otra lección que aprendí ayer fue que no hay que despreciar nada. Después de leer Rayuela, y a punto de empezar a leer (finalmente conseguí los otros cinco libros en la biblioteca de la Universidad) “En busca del tiempo perdido”, anoche leí un libro que mi amiga, la pareja de mi amigo, me prestó. No soy ninguna intelectual, pero atreverme a leer ese libro, era como bajar de nivel. Es un libro “Light”, de esos de auto ayuda de los que he leído un par y juré no leer otro más porque no son nada interesantes (lees uno y los leíste todos), el estilo no es bueno y sólo repiten las mismas ideas una y otra vez, como si hubiese fórmulas mágicas para ser felices o exitosos o como si hubiesen descubierto la panacea cuando simplemente es agua azucarada. Ella me dio el libro y lo recibí con una sonrisa por dentro. No sé si porque lo escribió un psiquiatra (y la psiquiatría siempre me ha guiñado y me sigue guiñando el ojo), o por el momento en que lo leí, pero me lo leí de un tirón (además, reconozcámoslo, es muy fácil de leer), me reí mucho (y no por burla, sino porque me dieron risa algunos pasajes), lo disfruté y aprendí varias cosas. El libro es “El viaje de Héctor” y según dice en la contra portada, ha sido un éxito en Francia. Lo escribió François Lelord y es de editorial Salamandra. Salamandra… ¡qué casualidad! Tengo que agradecerle a mi amiga el que me haya prestado ese libro que creí tonto. No hay que desvalorar nada ni a nadie. Todo tiene su propio valor si se lo sabe ver.

Ha sido una semana muy importante en mi vida. Al fin estoy amándome y valorando lo que hago y lo que soy, ya no solo intelectualmente sino desde el fondo del corazón o del inconsciente o de no sé donde, pero no sólo con la cabeza. Es muy valioso lo que estoy haciendo: diseccionar, nadar entre el dolor, analizar la realidad (externa e interna), asumir mis errores, perdonarme, cambiar mi forma de pensar y decirle sí a la vida, aún sabiendo que de repente igual me muero relativamente pronto por la sumatoria depresión + crioclobulinemia/sistema inmune alterado, o igual vivo cien años. Sólo Dios lo sabe. Pero el tiempo que viva, quiero vivirlo bien. Vivir, no sobrevivir. Y ser feliz. Y hacer felices a otras personas. Amar, y si tengo la dicha, ser amada (hablo de pareja, que bendito Dios, cuento con familia y amigos que han demostrado su amor hacia mí; y que mi pareja esté interesado en el aprendizaje y el crecimiento y no me quiera rescatar –gracias a Dios ya no lo necesito- ni quiera ser rescatado; al parecer estoy empezando a tener fe). Simplemente eso. Así sea. Dixi. Namaste.

El dedo que señala a la luna, no es la luna. - Bodhidarma 

16.04.04 Jirafa que vive

Tengo estos dos pensamientos en la clínica, para que los pacientes que saben leer, los lean:

“Aprovecha tu enfermedad para cambiar tu manera de vivir, y descubrirás que ella, más allá del síntoma y el dolor, es una oportunidad”
María Prieto

“Contra tu voluntad naciste, contra tu voluntad morirás; queda en tus manos y en tu consciencia, qué haces entre ambos límites”.
El Talmud

Lo de “más conozco al hombre, más quiero a mi perro” al parecer no fue dicho por Diógenes sino por una actriz clásica de Hollywood, no recuerdo quien exactamente. Me encantan los animales. Ojalá mi perro no fuese tan salvaje con los gatos, que me gustaría adoptar uno. Tengo un calendario con animales rescatados por una asociación no lucrativa que cuida animalitos, y hasta ahora nadie me ha dicho nada del mismo. A pocas personas les interesan realmente los animalitos, al parecer. Y no sé cómo pueden quedar inconmovibles ante animalitos tan lindos.

Esta semana han pasado varios acontecimientos que han cambiado mi vida. Por cierto, no sé si además de un par de amigos, alguien más leerá esto. No lo sé. Desde que era niña, en cuanto había un poco de frío, me ponía algo nerviosa o sacaba algo del congelador, mis manos se ponían sucesivamente blancas, azules y luego rojas, acompañado este cambio vasomotor de mucho dolor. Siempre creí que eso le pasaba a todo el mundo cuando había frío. Hasta que un día de enero en la facultad, una doctora me miró las manos y, emocionada, le dijo a mis compañeros; “miren esto, es algo poco común: un fenómeno de Raynaud”. Me explicó que estaba asociado a enfermedades auto inmunes, investigué al respecto y crucé los dedos para que lo mío fuese sólo un fenómeno aislado. Sin embargo, desde los dieciocho años había iniciado con una infección micótica crónica, de la cual consulté hasta varios años después; me dieron tratamiento, mejoré (nunca se me quitó del todo, pero no preocupó más ni le di mucha importancia) y seguí mi vida. Cuando en el cuarto año de la carrera, año que pasé con infecciones una tras otra, muchos dolores de articulaciones y sintiéndome permanentemente cansada, me hicieron análisis debido a que no pude donar sangre ya que mis glóbulos blancos estaban muy bajos (lo normal es tener de 5 a 10 mil millones por mm3, y yo tenía 2.5; esto se denomina leucopenia). Allí inició un calvario de costosos análisis, algunos invasivos y dolorosos, como la médula ósea. Podía ser cualquier cosa: desde leucemia hasta artritis. Al final un equipo conformado por dos hematólogos, un reumatólogo y un infectólogo me diagnosticaron algo bastante inespecífico y poco frecuente: Crioglobulinemia mixta esencial; eso explicaba el fenómeno de Raynaud, los dolores articulares, las infecciones a repetición, la leucopenia. Pero ese diagnóstico no orientaba a nada. Lo que me dijeron básicamente fue: si me disminuía el recuento de glóbulos blancos a menos de dos mil, necesitaría inyectarme inmunoglobulinas; no debía estudiar ninguna especialidad que me expusiera a infecciones; y lo peor fue esto (los detesté tanto por su insensibilidad…): que me evaluara cada seis meses y esperara unos años a ver qué se me desarrollaba, si leucemia, linfoma o alguna enfermedad autoinmune. Para cualquier persona, siento que eso es angustiante. Pero si estás metida en el campo de la salud (la enfermedad, si estás en el hospital), lo es mucho más porque has visto muchos enfermos con esas patologías.

Después de eso ya no quise saber nada del asunto e hice lo que muchos hacemos ante algo que nos angustia: negación. Eventualmente me hacía análisis de sangre y el recuento de blancos ya había mejorado: estaba en 4, o casi 4. Hace dos años detecté algunos ganglios inflamados. Me angustié mucho, pero no consulté. No quería volver a oír palabras ‘alentadoras’ de los especialistas. Sin embargo, hace un mes inicié con masas y los ganglios más dolorosos e inflamadas. Me hicieron algunos análisis y esta semana, la doctora me llamó muy seria, quería hablar conmigo. Me dijo que había que hacer otros estudios, entre ellos, unas biopsias porque los resultados muestran células atípicas y sospecha de neoplasia. Cáncer. Esto ha cambiado mi vida. No hay nada confirmado aún, pero de todas formas ha sido sumamente angustiante tan solo pensar en esa posibilidad.

Ese mismo día me enfrenté a miles de pensamientos y emociones. Por un lado sentía mucho miedo, estaba muy asustada. Por otro, sentía mucha cólera contra Dios: ¿Por qué a mí? Porque pensaba: “Si todo lo que sucede es por la Voluntad de Dios, por el destino o como se le quiera llamar; si desde pequeña yo tenía ya ese problema y ha empeorado por la depresión que sufrí por años –casualmente la leucopenia me la detectaron un año después de la violenta muerte de mi padre-, si la tendencia a ser más feliz o más triste es genéticamente configurada en el cerebro –se ha confirmado en muchos estudios-, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué fui creada para esto? Tengo derecho a una vida feliz, con salud y bienestar, como cualquier otro ser humano de este planeta! ¡No es justo! ¿Y este es un Dios de amor?”, e ideas de ese tipo. Además, claro, no podía dejar de lado la autocompasión: “¡Pobre de mí! ¡Y claro, quién va a querer estar con una persona enferma! ¿Y si se confirma cáncer? ¡Ya nunca podré pensar en formar una familia ni nada! ¡Mejor me debería morir!”, etc, etc, etc. Recordaba a los pacientes con quimio o radioterapia, arañando por ganar unos cuantos años más de vida que sufrían entre efectos secundarios de las terapias y avances de su enfermedad. Y aún en caso de remisión, viven con el alma en un hilo temiendo siempre la reaparición de la enfermedad. También me daba tristeza y cólera contra mí misma, por no haber vivido mejor, por no haber disfrutado la vida y no haber sido feliz. Porque es cierto que la biología condiciona, pero no determina. Y se ha súper comprobado la relación entre depresión y ansiedad con el aumento de incidencia de enfermedades cardiovasculares, neoplásicas y autoinmunes. También se ha confirmado que uno nace con predisposición a ser más o menos feliz. Y todo eso lo sentía, lo vivía como un castigo, como algo que no se podía cambiar y ante lo cual tenía que resignarme, rendirme, dejarme llevar a la muerte como oveja al matadero y además, como excusa muy válida para justificar la tristeza, la negatividad y la cólera constantes.

La perspectiva de morir no me asusta. Lo que me asusta es el proceso previo cuando se padece una enfermedad neoplásica o autoinmune. Muchas veces dije y sentí que lo mejor era morir, que mi vida no tenía solución ya. Esas ideas y sentimientos son comunes en la depresión. Sin embargo, ahora, justamente ahora me doy cuenta de que, a pesar del dolor que he pasado, a pesar de las perspectivas propias y del país y de las frustraciones, vale la pena vivir. Porque al estar viva existe la posibilidad de realizar sueños, luchar, alcanzar metas, ver amanecer, escribir, sonreír, ver reír a mi sobrino, ayudar a alguien que lo necesita, aprender… amar. Así que es un reto. Y lo tomo. En los evangelios apócrifos, Jesús dice que somos lo que pensamos. Buda dice que todo está en la mente. La realidad, lo que llamamos la realidad, inicia con lo que pensamos. Creamos “la realidad” con nuestros pensamientos y nuestras ideas. Si nos dejamos gobernar por las emociones, podemos ir a parar al abismo. Hay que saber manejar las propias emociones y reacciones. Ellas son importantes y no hay que reprimirlas como hice antes, pero tampoco dejar que gobiernen nuestra vida. Buscar el sabio término medio. Todo esto lo he sabido desde hace muchos años, desde que salí del colegio. Siempre he leído y he andado en la búsqueda de algo. No soy una experta ni nada por el estilo, pero he leído un poquito de budismo, taoismo, zen, a Sastre, a Frankl, a Anthony de Mello. Leía pero no comprendía. Antes meditaba y practicaba Tai Chi, pero no entendía o las razones por las que lo hacía no eran las correctas. Yo espero que no sea cáncer esto que tengo. Lo pido a Dios de todo corazón. Pero si lo fuera, pues ni modo. Eso sí: No me sometería a quimio ni radioterapia, si lo fuera. E independientemente de que lo sea o no, ya me ha ayudado bastante: me ha hecho cambiar la forma de ver la vida.

El país en que vivo no ayuda a desarrollar mucho la felicidad en los habitantes, por múltiples circunstancias. Ni mi carga genética ni las circunstancias de mi vida, han contribuido a mi felicidad. Me gusta ayudar a otras personas y eso me da alegría. Pero la forma en que he enfrentado la realidad, mi forma de ver la vida, ha sido incorrecta: me ha llenado de infelicidad. De aquí en adelante, para mí es un reto cambiar mi forma de pensar, mis ideas de la realidad y no hacer tragedia de lo que hay. No puedo cambiar el pasado. Pero aún estoy a tiempo de cambiar muchas cosas. Si es o no cáncer, ya no importa: Todo esto ha sido una gran lección. No voy a hacer de esto una tragedia para generarme ni generar a otras personas lástima, ni una excusa para caer en la depresión. Si lo vemos desde otro punto de vista, es una oportunidad y un regalo. En esta semana he aprendido mucho más que en los últimos diez años de mi vida. Y siento que al fin, de aquí en adelante, he tomado responsabilidad de mi vida, mis pensamientos y acciones. ¿Qué puedo decir? Soy feliz y estoy muy agradecida con Dios, la Vida, el destino o como se le quiera llamar, por lo que tengo y lo que soy. Y la alegría que siento, no es algo exultante ni pasajero, es una mezcla de paz y serenidad. Eso no significa que soy santa, ni pretendo serlo. Hoy en clase, una chica leo me exasperaba con sus preguntas y comentarios de suficiencia que interrumpían la clase constantemente. Me cambiaré de lugar porque no me dejaba escuchar por sus comentarios críticos constantes. Necesita llamar la atención, quién sabe por qué. Cada quien es como es. Con exasperarme no logro nada. Mejor me alejo. Allá ella y vaya con Dios.

Me gusta más el Zen que el budismo inicial. Aunque siento que las Cuatro Nobles Verdades del budismo, son súper importantes para el Zen y para toda persona. ¿Cuáles son?
1. Dukkha: sufrimiento, infelicidad, insatisfacción y carencia
2. Karma: Ley de causa y efecto.
3. Drsta: Sed, deseo, apego, anhelo de poder
4. El Sendero Óctuplo, para eliminar la ilusión.

¿Cuál es la causa? El deseo. ¿Cuál es el efecto? El sufrimiento. Sin ilusión no hay deseo. ¿Cuál es la solución? Eliminar la ilusión. ¿Y para qué todo esto? Para poder entender, comprender. La comprensión tiene dos caras: sabiduría y compasión (love in kindness).

No puedo volverme predicadora de lo que funciona para mí. Cada persona es diferente. Lo que funciona para una, no funciona para otra. Cada persona tiene que encontrar su camino, en su momento. Y hay un tiempo para todo. Cometí el error de contarle a un amigo mío a quien aprecio mucho, lo que me sucedió esta semana. Él es fanático de la medicina china. A mí me gusta, y estoy consciente de sus bondades (sobre todo porque implica Zen y aprender a vivir en equilibrio, esa es su base), pero después de casi dos horas de escuchar un sermón repetitivo diciéndome “piensa diferente, practica Qi Gong”, etc, etc. Me prometí dos cosas: no volver a contarle esta situación a nadie y cambiar, con tal de no oír otro sermón como ese. Yo sé que lo hace porque me quiere, y se lo agradezco, pero si algo me desespera es que me repitan las cosas ochocientas veces. Al menos, fue algo positivo lo que me repitió, y no como otra persona, que a cada momento, ante cualquier comentario, duda o acción mía me decía: “lo que pasa es que tú estás mal”. Y se supone que era alguien que me amaba y quería vivir conmigo el resto de la vida! Pero eso es parte del pasado y quien sabe, quizá a su manera era esa su forma de apoyarme o de hacerme reaccionar. Claro que para mí no funcionó.

Y hablando del budismo, de apego, de ilusión, me di cuenta de algo más en esta semana. Encontré la carta que me envió un amigo (fechada en el 2000), un chico con quien salí por un corto tiempo. Era una carta muy dulce, reiterando su amistad y cariño hacia mí. Yo no le abrí la puerta de mi corazón y de mi alma ni a él ni a otro chico que en diferentes momentos salieron conmigo, porque estaba encerrada en la idea de que mi pareja, mi “príncipe azul” debía ser alguien que entre otras cosas fuese intelectual, culto, que amara la literatura y el arte y supiera bailar. Esa era la llave para entrar en mi corazón y ninguno de estos dos chicos la tenía ni la supo encontrar. Yo sigo en contacto con ellos, les tengo mucho cariño, ambos están casados y han demostrado a lo largo del tiempo, amistad, cariño y comprensión hacia mí… Mucho más de lo que el chico a quien yo creía mi “alma gemela” (y habría apostado mi cabeza jurando que él era esa persona que yo esperaba), demostró. Todas sus palabras bonitas y promesas (hasta la de amistad) quedaron rotas en el aire. Sin embargo, ya no siento nada contra él, creo que lo de esta semana me ha ayudado hasta en eso. Lo he perdonado. Aún siento desconfianza hacia los chicos excepto en plan de amigos. No sé si algún día me volveré a enamorar y a confiar en alguien. Pero ya no siento cólera, ni culpa ni tristeza porque el hombre a quien amé con todo mi ser, que fue mi primer amor, a quien le abrí las puertas de mi corazón porque confíe totalmente en él creyendo que era diferente, se dio la vuelta y se fue. Ahora sí puedo decir que eso murió. Sin embargo estoy consciente de que siempre guardaré cariño por él y hasta estoy agradecida de que esto haya pasado porque si no, no habría aprendido todo lo que he aprendido y estaría cometiendo los mismos errores que hace un año cometía sin darme cuenta.

Ninguno sabemos cuánto tiempo vamos a vivir. Pero hay que aprender a vivir, para vivir bien dentro de nuestras circunstancias. Y no darle poder a las ideas que las personas especialistas, las personas a quienes les damos poder nos dicen; rechacemos cuando nos digan palabras que nos hagan dudar de nosotros mismos y nuestra capacidad de vivir, sanar, salir adelante. Yo creo en el cambio, creo que por muy mal que esté cualquier persona, siempre hay dentro de ella la semilla de salud, de alegría de esperanza para cambiar, empezar de nuevo, creer y aprender. Sólo es de buscarla. Creo que el Reino de los Cielos del que hablaba Jesús, está dentro de nosotros. Mi abuelita decía que Dios da la llaga y da la medicina. Y la medicina está dentro de nosotros. Lo peor que pude hacer fue creer en lo que estos especialistas me dijeron (en lo de que esperara varios años a ver qué lindura se me desarrollaba) y en lo que me dijo una psicóloga con la que fui el año pasado (“tú estás mal, muy mal y tu depresión es algo muy fuerte de lo que vas a salir con mucho esfuerzo”; con que me dijese que sí podía salir era suficiente). Esas dos sentencias me hicieron creer que no era valiosa (entre una persona enferma y una sana, para una relación de pareja, se prefiere a una sana), que estaba desequilibrada mentalmente (y eso me hacía menos valiosa también, y me hacía sentir mal) y lo peor, con esas ideas ya introyectadas, tenía permiso de sentirme miserable cuando quisiera y de portarme mal: total, si estaba tan mal de salud, tan deprimida, cualquier comportamiento era comprensible y permitido. Después de lo que me dijo la psicóloga, fue como si liberara las peores emociones y lo peor de mí; cuando veo hacia atrás la forma en que me comporté posteriormente a ese diagnóstico, me avergüenzo y me parece increíble y patético que yo haya actuado así, como caballo desbocado. Sin embargo, aprendí mucho de esa experiencia.

Con los pacientes he visto el daño que muchos profesionales hacen (o hacemos) con las palabras y la forma en que decimos los diagnósticos. Todo esto me ha ayudado a ser más sensible y comprensiva con los pacientes, pero aún no lo era con el resto de personas. Ayer aprendí algo muy importante. Me reuní con una pareja de amigos a quienes no miraba desde hace mucho tiempo. Ella me prestó un libro del que hablaré más adelante y él me enseñó algo muy valioso. Hablábamos de un amigo en común (el de medicina china) y les conté algo que yo le dije a él por un problema que tiene. Y el amigo con el que hablaba me dijo asustado “¿Y vos le dijiste eso? Me parece que es como muy intrusito!!”. Le dije que si mis amig@s miraban algo mal en mí, yo agradecería que me lo dijeran, para aprender y ser mejor persona porque a veces una no se da cuenta de sus errores o de las cosas que hace o dice, cosas que muchas veces se originan de heridas del pasado (refundidas en el inconsciente) que es necesario examinar para poder curar y así cambiar el comportamiento dañino. Él me dijo que sabía que todos tenemos heridas, pero que él en lo particular, agradece que las personas que lo quieren, no las toquen porque duelen y prefiere no saber de ellas, que prefiere que lo quieran y acepten tal como es. Eso me abrió los ojos.

Siento que a veces he sido muy ruda y entrometida, diciendo cosas que veo, tocando heridas cuando no me lo han pedido. Lamento haber cometido ese error porque creo que he herido a muchas personas. Aunque nunca ha sido con mala intención, igual las he herido y algunas incluso se han alejado de mí muy molestas. Yo, de verdad, no lo comprendía. Hasta ayer. Aprendí que primero hay que preguntar antes de debridar heridas ajenas. No todas las personas están dispuestas a destapar heridas, aprender de ellas y sanarlas, porque es un proceso muy, muy doloroso. Yo lo sé bien porque lo he vivido. Creo que cometí ese error antes, con quien fue mi pareja y eso seguro lo decepcionó o lo asustó, o sentía que yo no lo quería y no lo aceptaba tal como era. Cuando le decía que cambiara, era porque miraba sus heridas y quería que las sanara, para que estuviese mejor (claro, la salvadora y redentora en acción… “Médico, cúrate a ti mismo”, me decía mi papá; y por algo me lo decía!!), pero él no lo entendió así. No sé bien qué pensó ni lo sabré nunca. Ahora eso ya murió. Pero de todo ese dolor aprendí que cada persona tiene su ritmo y hay que respetar, aún cuando esas heridas no tratadas les hagan comportarse de forma que se dañan a sí mismas o dañan a otras personas. Hay que comprender y respetar. No todas las personas están en capacidad de conocer la realidad de su inconsciente. Si su comportamiento no me agrada o me pasan llevando de encuentro, es mejor alejarme pero no tengo derecho de destapar las heridas de nadie aunque para mí todo sea muy claro y sea más lógico destaparlas, curarlas y dejar que cicatricen. No tengo que dar consejo ni opinión cuando no me lo piden. Ahora lo sé desde el corazón, porque lo sabía intelectualmente, pero sólo vale lo que se siente. No es lo mismo sólo saberlo que saberlo y sentirlo. Además, tengo la ventaja de tener una profesión en la que las personas acuden a mí por consejo: allí sí puedo aplicar un poco eso, al menos en temas de salud física. Ni con los pacientes se pueden tocar siempre las heridas supurantes del alma. Para eso, tendría que ser psicóloga o psiquiatra.

La otra lección que aprendí ayer fue que no hay que despreciar nada. Después de leer Rayuela, y a punto de empezar a leer (finalmente conseguí los otros cinco libros en la biblioteca de la Universidad) “En busca del tiempo perdido”, anoche leí un libro que mi amiga, la pareja de mi amigo, me prestó. No soy ninguna intelectual, pero atreverme a leer ese libro, era como bajar de nivel. Es un libro “Light”, de esos de auto ayuda de los que he leído un par y juré no leer otro más porque no son nada interesantes (lees uno y los leíste todos), el estilo no es bueno y sólo repiten las mismas ideas una y otra vez, como si hubiese fórmulas mágicas para ser felices o exitosos o como si hubiesen descubierto la panacea cuando simplemente es agua azucarada. Ella me dio el libro y lo recibí con una sonrisa por dentro. No sé si porque lo escribió un psiquiatra (y la psiquiatría siempre me ha guiñado y me sigue guiñando el ojo), o por el momento en que lo leí, pero me lo leí de un tirón (además, reconozcámoslo, es muy fácil de leer), me reí mucho (y no por burla, sino porque me dieron risa algunos pasajes), lo disfruté y aprendí varias cosas. El libro es “El viaje de Héctor” y según dice en la contra portada, ha sido un éxito en Francia. Lo escribió François Lelord y es de editorial Salamandra. Salamandra… ¡qué casualidad! Tengo que agradecerle a mi amiga el que me haya prestado ese libro que creí tonto. No hay que desvalorar nada ni a nadie. Todo tiene su propio valor si se lo sabe ver.

Ha sido una semana muy importante en mi vida. Al fin estoy amándome y valorando lo que hago y lo que soy, ya no solo intelectualmente sino desde el fondo del corazón o del inconsciente o de no sé donde, pero no sólo con la cabeza. Es muy valioso lo que estoy haciendo: diseccionar, nadar entre el dolor, analizar la realidad (externa e interna), asumir mis errores, perdonarme, cambiar mi forma de pensar y decirle sí a la vida, aún sabiendo que de repente igual me muero relativamente pronto por la sumatoria depresión + crioclobulinemia/sistema inmune alterado, o igual vivo cien años. Sólo Dios lo sabe. Pero el tiempo que viva, quiero vivirlo bien. Vivir, no sobrevivir. Y ser feliz. Y hacer felices a otras personas. Amar, y si tengo la dicha, ser amada (hablo de pareja, que bendito Dios, cuento con familia y amigos que han demostrado su amor hacia mí; y que mi pareja esté interesado en el aprendizaje y el crecimiento y no me quiera rescatar –gracias a Dios ya no lo necesito- ni quiera ser rescatado; al parecer estoy empezando a tener fe). Simplemente eso. Así sea. Dixi. Namaste.

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