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Sentimientos, reflexiones, historias y opiniones del viaje que es la vida.

octubre 27, 2004

La soñadora 


25.20.04 Jirafa molesta

Es una confluencia de factores. Tenía cita con el médico. Se supone que lleva una agenda en donde apunta a los pacientes por hora. No sé para qué diablos, la verdad. Llego y me sale con que se confundió y ya tiene otro paciente, que llame para pedir otra cita porque no me puede ver. No tenía ganas de ir. Ayer empecé con una gripe (de nuevo) muy fuerte, con ataques de hasta 20 estornudos seguidos, fiebre, dolor de cuerpo y malestar general. Pero fui a trabajar. Y sin embargo, no quise cambiar la cita porque no quiero ser incumplida, porque ya he perdido demasiada credibilidad en el pasado y estoy re construyéndola ante mí misma, principalmente. Total, es para mí para quien hago las cosas. Y fui por gusto. Me dio mucho coraje. No pienso volver con él. Si él hubiese faltado qué sé yo, por enfermedad, por problemas familiares, porque se sentía mal, lo comprendo perfectamente. Pero que llevando una agenda dé una cita el mismo día, a la misma hora a dos personas diferentes y siendo ya segunda vez que sucede… No, no encuentro justificación. He aguantado demasiado. Me he quedado callada demasiadas veces. Todo tiene un límite…

Una odontóloga que conocí en la boda civil de mi amiga, me decía que una no tiene que ser tan “buena gente” porque la gente ni siente ni agradece, y si puede, hasta se pasa sobre una y la usa de alfombra, que no hay que dejarse y hay que poner límites bien claros. Y tiene razón. Intento ser amigable con los pacientes, y darles confianza. Pero me ha salido el tiro por la culata. La semana pasada un paciente que escasamente sabe leer. Y no es que tenga algo contra las personas analfabetas ni nada por el estilo, muchas veces son personas que no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela… Si alguien viera el tipo de pacientes con que trabajo, muchos colegas no trabajarían con pacientes así: a veces dejan la clínica con un olor nauseabúndo, no se bañan, no se limpian, no se lavan los dientes… y así me toca examinarlos de la cabeza a los piés –por el pie diabético y las neuropatías-… Y NO que quede bien claro, NO lo hago por “buena gente”, ni como dijo esa odontóloga “por servir a otros para ganarse el cielo, porque nuestras profesiones son bendecidas porque son de servicio a otros, doctora”. ¿Una odontóloga que trabaja en un área pijísima y cobra un montón cree eso? ¿Yo lo hago “por servicio”? ¡Nada qué ver: es un trabajo más y punto! ¡Me enferma eso de la sacralización de la medicina! -¡por favor!-. Lo hago porque eso estudié. Y porque me gusta la labor investigativa que en algunos pacientes se realiza (en algunos, la mayoría son de rutina). Y porque son seres humanos, como yo y merecen un buen trato, y quizá yo sea bastante ignorante en muchas cosas, soy sólo una médica general, lo reconozco; pero al menos trato de darles la mejor atención posible y un trato humano. No los engaño, los refiero con los especialistas que necesitan, no me aprovecho de su desesperación para sacarles plata y no soy paternalista con ellos. Trato igual al que llega en carro del año, y al que llega en sandalias enlodadas de tanto caminar porque vive en una aldea en donde no hay asfalto; igual al que se jubiló porque fue catedrático en la universidad que a la señora que nunca fue a la escuela. Y trato de enfocar mi evaluación y tratamiento de forma integral, no sólo viendo el aspecto médico-biológico sino entendiendo su contexto social y cultural, tomando en cuenta los factores emocionales y psicológicos que puedan estar afectándoles. Trato de explicarles lo que les sucede y por qué se le indica tal o cual tratamiento, y por qué es importante que se lo tomen según la prescripción. Trato de explicarles todo eso según su nivel de educación y comprensión. Trato de hacerles ver que ellos mismos –y sólo ellos mismos- son responsables de su vida, de su salud y de su alegría. Pues decía, ese paciente me preguntó que en qué año me había graduado. No debí haberle respondido. Me dijo: “Ahora le aumentaron otro año a la carrera de medicina, verdad?” Yo le dije que no estaba enterada y me dijo: “Sí, lo aumentaron. Es que como antes estaban saliendo muy mediocres…”. Da a entender que soy mediocre… Me recordé de un cuento zen que leí, pero la diferencia es que el protagonista del cuento no estaba enojado. Y yo sí. Aunque me hice la que no y cambié de tema sin contestarle. Ahora me concretaré a verlos y ya. Nada de preguntarles cómo están ni darles plática de nada. Al mandado y no al retozo. No se puede ser amigable con ellos. Visto está: La gente, por mal quiere. Por eso este país no progresa… Quince minutos de consulta, y ya. Punto. Estoy harta. Yo no espero que me estén agradeciendo nada, que es mi trabajo. Pero mínimo que no sean abusivos, que respeten y no se metan en mi vida privada. Como la doñita que me preguntaba que por qué no me he casado. Estuve a punto de decirle algo bien pesado. : “Para no ser una vieja amargada y frustrada como hay tantas, como me ha contado usted, que tiene que mantener al marido que está enfermo porque fue un borracho toda la vida, después de haberle dado golpizas en innumerables ocasiones y haberle paseado mil mujeres por su cara, sin darle nada para mantener a sus propios hijos”. Pero me mordí la lengua. Mi paciencia se está acabando.

O quizá sólo lo digo porque hoy, en este momento, estoy muy molesta por la cita a la que fui por gusto… Pero lo que sí tengo bien claro es que me debo respeto a mí misma. Que los demás me respeten o no, no me importa. Pero que no se metan conmigo. Ya es tiempo de darme mi lugar. No tengo por qué estar soportando intromisiones de nadie en mi vida, ni ser dejada de lado porque el médico no tiene capacidad de ver que no es omnipresente y no puede estar citando a dos o tres pacientes al mismo tiempo. En fin! Por supuesto, no puedo generalizar con los pacientes: no todos son abusivos ni sucios. No todos son entrometidos. Hay de todo en la viña del Señor, me decía mi abuelita. Dios me de paciencia. Pero MUCHA!! Y pronto!!

Cambiando de tema: Empezaba a leer a Faulkner, siempre he tenido la curiosidad, pero una vez que empecé a leerlo, no sé, como que no hubo rapport entre ambos. Pero igual, quiero leerlo. Sin embargo me han prestado un libro de una escritora india, “El dios de las pequeñas cosas” se llama. Estoy por terminarlo. Luego, Faulkner.

La boda civil de mi amiga estuvo muy bien. Andaba guapísima con su vestido, y se le miraba radiante de felicidad. El notario hizo una introducción bastante aceptable. Es muy católico, así que habló inevitablemente de Adán y Eva. Yo los veo como metáforas. Al menos, no dijo que Eva había sido creada de la costilla para estar supeditada al hombre, sino porque era lo más cercano al corazón del hombre. Y que cuando un hombre y una mujer deciden hacer un pacto y decir votos de amor por toda la vida, es para completar con la mujer, ese espacio vacío cerca del corazón que al hombre le hace falta y que la mujer quiere llenar. Dijo algo más: que ni los padres de mi amiga, ni los de su ahora esposo, se imaginaron jamás que los estaban criando, formando y educando para que luego, se encontraran uno al otro. Habiendo 600 mil millones de personas en el mundo, sólo la mano de Dios los pudo haber puesto a uno en el camino del otro (lo que sucede más allá de nuestro deseo de control y de pretender que manejamos todas las circunstancias y eventos de la vida). Y que el firmar un papel e incluso, ir a decir sí frente a un altar no es lo que los va a mantener unidos. Que sólo el amor mutuo del día a día, los pequeños detalles de la convivencia diaria, la comunicación constante, el respeto y el Amor de Dios puede ayudarles a estar juntos toda la vida, como es su deseo. Es la ceremonia civil más bonita a la que he asistido. Normalmente, sólo leen los artículos del código civil en donde habla de la familia, las obligaciones de los cónyuges y ya. Estuvo muy bien y la pasé muy alegre. Además, el domingo salí por separado, con dos amigas a las que quiero mucho y a quienes tenía mucho tiempo de no ver. De esas amigas del alma, con las que te cuentas las cosas y hay confianza, Que te dicen las verdades y que están allí. Simplemente eso: que están allí. Sobre todo, una de ellas, con la que quedamos por la mañana...

…Mi amiga que vive en el interior del país. Actualmente es mi mejor amiga. Confío en ella. Alguien me dijo que ella era una “odia-hombres”. Pero no. Simplemente ha sufrido mucho a causa de ellos. No sé si por “mala suerte”, por ingenuidad, por escoger mal… No lo sé. Pero ahora no. Ha encontrado a un buen chico, o al menos hasta ahora lo ha sido. Ojalá lo siga siendo. Ella es una buena mujer. Apasionada, fiel, cariñosa, inteligente, graciosa, guapa. Merece a un buen hombre. Y ya ha sufrido demasiado. Le pido de todo corazón a Dios que les vaya muy bien. Ojalá que esta vez sí me escuche… Así como me escuchó con mi sobrino la semana pasada. Estuvo muy, muy enfermo. Por momentos, temía que muriera. Así de mal estuvo. Pero gracias a Dios mejoró y el lunes estaba ya bastante mejor. El miércoles ya estaba completamente restablecido. Los niños y los ancianos son como pollitos: un rato están bien y al otro se están muriendo. La diferencia es que los niños usualmente se recuperan –y rápido- y con los ancianos es más difícil. Por eso hay que cuidarlos mucho. Y entre más se han descuidado previamente, más frágiles son. Salvo algunas excepciones genéticas: esa gente que bebe, fuma, está obesa y no padece de nada.

Cuando estaba estudiando medicina, una vez que estaba de turno en la emergencia de cirugía pediátrica llegó un niño de cuatro años empapado en llanto, con la mamá angustiada, el papá furioso y una tía que llevaba una hielera. El niño llevaba una gasa empapada en sangre en la oreja izquierda. Las piernas llenas de sangre. Y en la hielera, su oreja. Amo los perros, pero me parece que eso de criarlos para pelea o para ataque (y esas son creaciones producto de crueles decisiones humanas) es algo horrible y salvaje. Pues un rottweiler (raza que no me agrada nadita, aunque algunos digan que no, que son muy nobles, a mí esos perros me dan pánico) se le lanzó mientras regresaba con su madre del colegio y lo atacó. Ese niño sufrió mucho. Gracias a Dios con microcirugía se le pudo reimplantar la orejita. No creo que él quiera tener un perro cerca. Ni siquiera un french poodle toy. Y cuento esto por el comentario que me hicieron de mi amiga, acusándola de “odia-hombres”. En esa época ella estaba muy dolida por lo que le había sucedido. Y realmente se necesita un alma muy grande, un alma de niño para poder volver a confiar de nuevo, para creer y abrir el corazón después de todo lo que se ha pasado. O tener mucha fe en el ser humano, que es su caso. O ser muy ingenua o muy crédula o masoquista. Ese niñito es muy difícil (no imposible) que ame a los perros. Claro que los demás perros no tienen la culpa de lo que la dueña irresponsable de un perro peligroso ocasionó al dejarlo suelto por la calle. No todos los perros son iguales. Ni todos los hombres. Pero no sé si podré confiar de nuevo. O cuánto tiempo necesite. No lo sé. Quizá lo que más lamento es eso: el daño a mi capacidad de confiar, como confiaba antes. La pérdida de la inocencia, en tantos sentidos.

Hablando con esta amiga, que fue quien me apoyó desde la distancia, todo el tiempo, me contaba que había visto en no sé qué programa la entrevista a una Miss México (no sé si la actual u otra), y ella contaba, llorando, que estaba frustrada porque su sueño desde niña era ser Miss México y Miss Universo. Y se había preparado toda la vida para ello. Así que cuando fue electa Miss México sentía que iba acercándose a su meta. Y cuando quedó en segundo lugar en Miss Universo, se vino para abajo: el trabajo de toda una vida, para nada. Porque no hay puntos. Aquí la gente dice: “Fíjese doctora que me dio ‘punto’ de infarto”. Hay “puntos” para todo: 'punto' de hepatitis, 'punto' de gastritis, 'punto' de todo… Es cierto que en la vida no todo es blanco o negro, pero hay ocasiones, eventos, entidades que simplemente son o no son, punto (ja, ja, ja). Por ejemplo, estamos en cuarto creciente y la luna en uno o dos días estará esplendorosamente llena. Pero no está llena. La luna está llena o no. Y se es Miss Universo o no se es. Así de simple. Y esta amiga, me contó esto, para explicarme que me comprendía. Que eso de tener que renunciar a los sueños, no importa cuáles eran estos, es algo muy duro. Yo le conté que había sido bien difícil para mí tener que abandonar mis sueños de toda la vida.

Todo empezó porque, como le conté a mi amiga que había pasado medio triste la semana pasada por lo de ManifestArte y la soledad, ella me dijo que si estaba sola era porque:
a. Había estudiado medicina. La mayoría de personas no llega a la universidad en este país, y menos, de mujeres. Que ese era un privilegio en un país como este.
b.Que por mi forma de pensar y de ser es difícil que logre hacer pareja con un típico latino.
c. Que yo había decidido mi estilo de vida así.
Entonces le dije que no, que yo no había decidido eso. Que ese había sido el problema. Si yo hubiera decidido las cosas así, no tendría nada qué decir (Bueno, ya no tengo nada que decir: Ya pasó). Que quizá eso parecía, pero que mi realidad –interna- era otra: patético y lo que fuera, pero yo sí había soñado con casarme de blanco (y hablo de blanco con virginidad y todo), que me lo había prometido desde niña. Quizá me mentía a mí misma, quizá debí haber sido más congruente con lo que llevaba dentro y decirle a todo el mundo: “sí, a mi sí me importa lo del novio y casarse y todo eso”. No guardármelo sólo para mí: era una niña, creía que si no lo decía, mi sueño se cumpliría. Pensamiento mágico… Quizás debí haber sido más fuerte y no haber cedido a la curiosidad… Más allá de la Jirafa pseudo intelectual, interesada por el zen y los árboles, los perros, la ciencia y los libros, hay otra Jirafa: la convencional y romántica, la apasionada y crédula que soñaba en encontrar un buen hombre y tenía fe en que Dios escuchaba sus oraciones en silencio, cada noche. Y le conté esto:

Cuando era niña, soñaba con ir a estudiar una maestría o doctorado al exterior. Fui una alumna más o menos buena. Una buena niña, tranquila. Ante todo el mundo decía que no me importaba tener o no novio, y que no quería ser como todas las chicas que sólo hablan de chicos y banalidades (maquillaje, ropa de moda, cantantes juveniles, etc.). Pero también, por dentro, secretamente, oraba todas las noches pidiendo a Dios un buen chico, un solo novio: mi alma gemela. Nadie me ha comprendido eso nunca. Sí, sé que suena demasiado infantil que una chica a los 25 años y más haya hecho eso… Pero esa era la realidad, mi realidad en ese tiempo. Por eso creo que nadie comprende las dimensiones del asunto. Las dimensiones de la esperanza (ingenua), de mi fe de niña… y de la decepción ante lo que sucedió. Primero esperaba lograr mis sueños antes de los 25 años. Luego, me concedí una prórroga, antes de los 30. Creía que con solo rezar y ser una buena chica, tranquila, responsable, modosita, pues las cosas me iban a caer del cielo. Ahora reconozco que en la universidad, sobre todo, debí haberme empeñado más. Haber estudiado más para tener mejores calificaciones. Que eso influye para las becas. Y haber participado en actividades extra aula de proyección social. Aunque sea sólo por interés, como hizo un amigo (que sí obtuvo una beca, y al final ni se fue...). Y debí haber sido más responsable de mis decisiones y sus consecuencias. Y haber ido a terapia cuando empezaba todo, no haber esperado a que las cosas estallaran. Pero bueno, ya no valen los condicionales.

El hecho es que cuando conocí a mi difunto ex, a los 28 años, creí haber encontrado en él casi todo lo que yo siempre soñé y busqué en un chico. Mi alegría era indescriptible. Le daba gracias a Dios por el regalo que me daba, por haber escuchado mis oraciones. Y además, tenía la oportunidad de ir a estudiar una maestría fuera también. Todo de un solo: no me lo podía creer!! Era un sueño. Y de hecho, lo fue. Un sueño solamente. Creí que lograría de un solo mis sueños, las dos metas más importantes para mí: ninguna es más importante que la otra, las dos pesan por igual, ahora lo he comprendido. Pero… estaba atada por la depresión. Y bueno, las cosas salieron como salieron: pasaron los treinta y no maestría, no novio, no oraciones escuchadas. Fue muy, muy doloroso. Frustrante. Tener que dejar atrás los sueños de toda una vida. Mi amiga sí me comprendió. Hasta ahora, es la única persona que lo ha hecho. Me dijo que lo sentía mucho. Pero ya pasó. Gracias a Dios, ya pasó. La vida sigue. Y estoy aprendiendo a ser como el ave fénix. En ese momento, cuando todo estaba reciente, me enojé mucho con Dios.

…Luego comprendí que Dios no es un Supermercado a donde se va a pedir lo que una quiere. Esa es una idea muy mercantilista de Dios. Cuando rezo, cuando oro, lo que hago es enviar buenas “vibras” por decirlo de alguna manera. Solamente. Enviar buenos deseos y pensamientos. Me han dicho que no tengo suficiente fe. La tuve. Creía. Pero la realidad no es esa. Y no podemos vivir en un autoengaño constante. Al menos yo, no puedo. Creer que con rezar es suficiente… No es así. Y es cierto, pedí, por ejemplo, que mi sobrino se recuperara. Pero lo pedí ya sin aferrarme a ello. Si sucedió, pues bueno: gracias a Dios. Si no, pues ni modo: habríamos tenido que hacerle ganas. Ya no se me va la vida en ello. Pero si he de ser sincera conmigo misma: sí, todavía estoy un poco dolida y decepcionada de que mis oraciones de niña no hayan sido escuchadas (me gustaría hablar de eso con alguien, algún teólogo, no sé; pero tengo la sospecha que terminaría acusada de blasfema o de pagana o qué sé yo; porque normalmente esa gente es muy cuadradita y mis creencias no concuerdan al 100% con las de una católica tradicional; ya lo he dicho, soy sincrética, ecléctica…). Quizá no fueron escuchadas porque rompí mi promesa. Quizá porque me traicioné a mí misma. La curiosidad mató al gato, decía mi abuelita. Me dicen que Dios no es un Dios de castigo. Y estoy de acuerdo. Pero si una hace una promesa y luego la rompe… Somos responsables de nuestras palabras, creencias, actos y pensamientos. De nuestra vida. Y algunas veces, algunas, de la pérdida de nuestra inocencia. Otras veces, lamentablemente, la inocencia se le arrebata a los niños: con golpes, con insultos, con abusos sexuales, con abandono, con menosprecio y humillaciones veladas en forma de “bromas cariñosas”... Triste, pero cierto: Hay miles de niños en todo el mundo a los que les fue y les está siendo arrebatada su inocencia.

Sólo podemos fijarnos metas que dependan de nosotros mismos. Y aún así, pueden influir factores externos que nos impidan realizarlas. Por eso digo que es mejor no esperar demasiado, mejor si nada que no sea de nosotros mismos. Sólo por nosotros mismos podemos responder (bueno, y por los hijos, si los hay, que ellos sí que dependen de sus padres). Trabajar por lo que una quiere, luchar por ello, pero no aferrarse a ello. No podemos controlar TODOS los factores que intervienen en un hecho. Por mucho que queramos. Hemos llegado a controlar varios, pero no todos. Eso no justifica dejarlo todo al azar. Tenemos que poner de nuestra parte: de nuestro tiempo, de nuestra experiencia, de nuestra vida, de nuestra alma y de nuestro amor, para sacar adelante un proyecto, cualquiera que este sea: desde sacar una maestría, pasando por echar adelante una empresa, construir un túnel que una continentes e islas, hasta una matrimonio con bodas de diamante y amor vivo aún. ¿Qué nos queda? Poner lo mejor de nosotros para cambiar lo que podemos cambiar (sobre todo, de nosotros mismos), dar lo que podamos dar, amar, tener fe sin aferrarnos demasiado, y aceptar lo que venga que está más allá de nuestras manos. Que es la mayoría de cosas que suceden en el mundo. Por mucho que nos duela. Como humanidad nos gusta creer que todo está a nuestro servicio, que todo está bajo nuestro control. Pero la realidad es otra: hay muchas más cosas que se escapan de nuestro control de las que estamos dispuestos a aceptar. Hemos avanzado mucho desde que salimos de las cuevas en la época de los glaciares. Pero siempre estamos buscando algo más allá. Buscando explicaciones. Sistemáticas o no, pero explicaciones que nos ayuden a entendernos y a comprender. Algo más Allá. Que quizá esté simplemente, en el lugar en donde nacen todas las preguntas y cuestionamientos: en nosotros mismos. En nuestros sueños. En nuestros corazones y nuestras mentes... Namaste.


26.10.04 Jirafa soñadora

El hecho de que muchos sueños de niña hayan muerto no significa que yo haya perdido la capacidad de soñar. Eso es esperanzador. Recién terminé de leer el libro de Arundhati Roy, del que hablaba ayer: “El Dios de las pequeñas cosas”. Y no sé. No estuvo mal. Tampoco demasiado bueno. Muy triste. Quizá eso. Demasiado real. Me estoy dando cuenta de que en estos momentos estoy prefiriendo leer de bioquímica y neurotransmisores, antes que de historias. O quizá sea que es una traducción del inglés y las traducciones nunca pueden ser iguales. O que estoy demasiado cargada de realidad como para seguir viéndola en los libros de literatura. Y eso que normalmente, la realidad supera la ficción. Hubo un párrafo que me dejó pensando en lo que ya he pensado antes:

“Los gemelos eran demasiado pequeños para saber que aquellos hombres no eran más que unos secuaces de la historia. Enviados a cuadrar los libros y hacer pagar a los que transgredían sus leyes. Impulsados por sentimientos que, aunque primarios, paradójicamente, también eran impersonales. Sentimientos de desprecio que nacen del miedo embrionario, no reconocido, del miedo de la civilización ante la naturaleza, del miedo de los hombres ante las mujeres, del miedo del poder ante la falta de poder.
Esa urgencia subliminal de destrozar lo que no se puede someter ni deificar.
Las Necesidades de los Hombres.”

No encuentro otra explicación, más que el miedo, para tanto asesinato (con tanta saña, descuartización y cercenación de los pechos incluida), contra las mujeres. Todos los días aparece aquí como mínimo, un cadáver femenino torturado. Cuando pienso en eso, y pienso que el novio que baja la luna y las estrellas puede llegar a ser el marido que somata paredes, puertas y cabezas, me digo: “Menos mal estás sola”. NO todos los hombres son así, gracias a Dios. Así como no todos los perros son Rottweiler dispuestos a atacar a quien se le ponga enfrente, sin provocación alguna. Pero el libro no habla del asesinato de una mujer. Al menos, no directamente. Es la historia de una familia. Y la lucha de clases. Y la descripción de la India. Y la historia de dos niños, hermanos gemelos, con sus mentes de niños, su imaginación de niños y su fragilidad de niños.

Y pensando en la lucha de clases… En India hay castas. Pero no es necesario que las haya institucionalizadas para que se de una dinámica de clases y castas en la sociedad. Sea la sociedad pálida y silenciosa de Finlandia, la colorida de Guatemala, la competitiva de Estados Unidos o la relegada del Congo. No importa donde. Pareciera que el ser humano tiende a jerarquizar, discriminar y actuar en base a etiquetas en cuanto se organiza un grupo. No importa el tamaño del grupo. Y a veces, sin darnos cuenta siquiera, estamos jugando nuestro juego, según la etiqueta asignada y auto aceptada. Desde los niños ricos que cambian de auto cada año y hacen guerra de comida en las reuniones, hasta los obreros con su música particular, el resentimiento amontonado bajo la ropa, los jóvenes que protestan (con punk, con rock, con hip-hop), todos estamos en ese juego.

Conozco a tres chicos a quienes aprecio, uno casado, otro con pareja y el otro soltero, que me han dicho que sí, que el dinero es importante en una pareja. Y han desechado a chicas por no tener una mejor posición económica (y social) o al menos, una igual a la de ellos. Y dos de ellos se las llevan de ser de izquierda, intelectuales comprometidos (bla, bla, bla)… Inmersos en el juego. Que dicen una cosa, pero están con chicas de una buena posición social (y económica). Si se transgreden las normas tácitas de relación entre clases, hay conflictos. No importa si las causas son otras, pero el chismorreo siempre señalará la diferencia de clase como la causa de los problemas entre una pareja de diferente clase (ella rica y él no). Lo que no podemos negar es que influye la educación y la cosmovisión. Es difícil que una chica que creció en la abundancia comprenda la importancia del ahorro, el tipo de comida que prefiere, las costumbres, el vocabulario, incluso la música que escucha el chico con el que anda. Porque lo que elegimos está lleno de significantes que provienen de nuestras experiencias, de nuestra vida, de nuestras amistades, de nuestra familia y todo ello marcado por el lugar que ocupamos en el sistema de producción. Eso No significa que estas uniones no puedan realizarse y ser exitosas. Pero exige mucha inteligencia, comprensión, humildad y amor de ambos miembros de la pareja. Mucho más que si ambos fueran de la misma “casta”.

La princesa y el plebeyo. La hija del embajador y el hijo del carpintero. La Tocable hija del Brahmán con el Intocable paraván. No sólo sucede en la India, Arundhati. Sucede en todo el mundo. Siempre ha sido así. Y si cada uno no cambiamos (pero hablo de cada uno de nosotros), así seguirá. Lo peor, lo más triste, es que la gente “de castas inferiores”, espere ser tratada así. Lo pida, lo busque. Y si se le trata bien, se aproveche y quiera cambiar de puesto. NO abolir las relaciones de clase, casta o como se las llame, sino simplemente hacer lo que antes les hacían. Venganza. Así no podemos avanzar. No vale la pena hacerse la vida a cuadritos por esto. Para nada. El mundo es así. Ha mejorado un poco. Por lo menos se reconoce que los niños tienen derecho (aunque no se les respeten), que no deben trabajar sino estudiar (aunque haya millones de niños explotados laboralmente y sin aprender a leer en todo el mundo), que la mujer vale y tiene los mismos derechos que el hombre (aunque siga el maltrato, la discriminación, el acoso). Al menos ya se piensa en ello, se reconoce y se habla. Los cambios cuestan. No podemos cambiar la estructura de una sociedad patriarcal, machista, no equitativa, con clases que marcan lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal, el triunfo y el fracaso (las seis palabras entre comillas, por favor), que ha prevalecido así durante miles de años, en unas cuantas décadas. Es un proceso. Lo bueno es que ha iniciado. Pero... por otro lado, nos queda nuestro mundo interior. Nos quedan nuestros sueños y nuestra capacidad de seguir soñando... y allá como un punto lejano, la fe. Quizá chiquitita, quizá apenas brille, pero está allí. He de seguir siendo una Jirafa soñadora... Namaste.

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